2019-05-19
La visita de los conjuntos, Coro y Orquesta Sinfónica, de RTVE eran unos de los momentos culminantes de esta 31 edición del Festival de Música de Úbeda. Y, pese a las desgracias, los presupuestos se han visto colmados en su práctica totalidad. La crónica del concierto del Coro de RTVE con la colaboración de Amancio Prada, enviada en su momento, ha dado fe de todo esto.
Y al día siguiente, de nuevo en Úbeda, de nuevo en nuestro Festival, la Orquesta Sinfónica de RTVE con su director titular al frente, Miguel Ángel Gómez Martínez, que tan gratísimo recuerdo dejaron el año pasado. Y de nuevo, la espectacularidad de un programa, que necesitaba algo más que la plantilla al completo de la orquesta, ya de por sí numerosa, superando en total los 120 profesores, dotación imposible de acomodar en nuestro no demasiado grande Auditorio, de reducido espacio escénico y aforo. Ambos factores —orquesta numerosa y fuerte demanda de entradas por parte del público— llevaron, al igual que el año pasado, el concierto al exterior del recinto, al Patio del Hospital de Santiago, lugar de magnífica acústica y en el que se instaló un enorme escenario capaz de dar cabida a la numerosa plantilla orquestal.
Previstas en los atriles, dos obras muy disímiles: La Sinfonía número 29 en La mayor, K 201/186 de Wolfgang Amadeus Mozart, pieza que requiere solo la plantilla habitual de instrumentos de cuerda (violines I y II, violas, violonchelos y contrabajos), dos oboes y dos trompas, y la “Sinfonía Alpina”, op. 64 de Richard Strauss, espectacular obra que requiere las cantidades antes citadas de contingente orquestal. Cuerda nutrida al máximo, dos arpas, celesta y hasta un órgano. Instrumentos de viento-madera duplicados y, a veces, cuadruplicados, sección de metal completa y abundante con un sinnúmero de trompas y tubas wagnerianas, algunas de las cuales han de sonar en la lejanía, fuera de la escena. Percusión igualmente numerosa, con dos juegos de timbales y bombo, amén de curiosos artilugios como la máquina de viento, la máquina de truenos, cencerros... En fin, algo que en describirse uno se queda siempre corto, y sólo nos acude a la mente la palabra espectacular.
Pero “El hombre propone...”. Y la noche prevista para tan prometedor concierto, de nuevo fue aciaga, aunque no hasta los extremos del año pasado, que derivó hasta la suspensión del concierto, pero sí como para restarle algo de lucimiento. Hacía frío y aire. Evidentemente no una temperatura “glacial” ni tampoco un viento de vendaval, pero lo justo en ambos como para poner a la orquesta casi en el brete de la suspensión de la velada. Saltaron todas las alarmas. Y es que una orquesta sinfónica es como un mecanismo de alta precisión. Deben estar todas las piezas a punto y las personas que las mueven, igual. Con temperaturas fuera del ámbito del “confort”, prácticamente todos los instrumentos pierden su afinación, se destemplan y dejan de sonar adecuadamente. Son “mecanismos” sumamente delicados. ¿O no han visto al timbalero de una orquesta verificar constantemente la tensión de sus parches? ¿Acaso les ha pasado desapercibido contemplar toda la familia de los instrumentos de metal, si no de una orquesta —que lo hacen generalmente fuera de la vista del público—, a los de una banda de música, desde muchos minutos antes de la actuación haciéndoles sonar o, al menos, hacer pasar por ellos el aire de su propio cuerpo para calentarlos? Y en lo que respecta a sus manipuladores, piénsese en lo complicado que es tocar esos instrumentos con los dedos fríos, y además pendientes de unas partituras en constante movimiento... Podríamos estar así escribiendo y escribiendo, para poner de manifiesto el problema de estos dos elementos atmosféricos en su relación con los conciertos al aire libre. El final fue que, tras un intercambio de opiniones, donde estuvo siempre presente el deseo de la orquesta de no defraudar al público del Festival, se llegó a la conclusión de que, como suele ocurrir, el frío aumenta conforme avanza la noche, debía ser suprimida la sinfonía mozartiana, que iba en primer lugar, e interpretarse directamente la obra de Strauss antes que el tiempo hiciera totalmente inviable su ejecución. Los músicos saldrían con ropa de abrigo dejando sus fracs para mejor momento y de esa guisa tratarían de llevar a buen puerto la “Sinfonía Alpina”. Como así fue.
“Eine Alpensinfonie”, op. 64, título original alemán de esta obra de Richard Strauss, no es propiamente una sinfonía, sino una descripción musical con más de tres cuartos de hora de desarrollo, de la excursión de un montañero por los Alpes a la conquista de una cumbre y su posterior descenso de nuevo al lugar de partida. Es decir, un “poema sinfónico” de música descriptiva en el que el compositor nos hace sentir mediante su partitura, la partida en la madrugada, aún de noche, la lenta salida del sol, su caminar a través de valles y arroyos hasta el pie de la montaña, la subida a la cumbre con momentos de peligro a causa de la escarpada y congelada pared, la coronación del pico y el descenso, no exento también del gran peligro que supone una repentina y violenta tormenta —uno de los momentos más espectaculares del poema sinfónico— tras las que amainan los fenómenos meteorológicos. Con la llegada de la calma y, tras ella, la puesta del sol, el caminante encuentra la seguridad de un buen cobijo, llegando el advenimiento de la noche con la que concluye mansamente la obra.
Pese a las inclemencias, la Orquesta de la cadena pública, RTVE, y su director pusieron todo el entusiasmo en la feliz traducción de la obra manteniendo en silenciosa atención al abarrotado Patio de Santiago, dichoso de la enorme luminosidad y variedad tímbrica de la obra —última, prácticamente, de las compuestas por su autor para gran orquesta—, y de la entrega del conjunto orquestal madrileño. Esperamos de nuevo su concurso —y el de su extraordinario director— lo antes posible; cuanto menos para la 32 edición del Festival.