MIGUEL A. GÓMEZ-MARTÍNEZ

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Las buenas zarzuelas pueden tener más calidad que algunas óperas


Las buenas zarzuelas pueden tener más calidad que algunas óperas

2021-04-15

Con los actuales gestores del Palau de la Música no hay una relación muy estrecha. Desde hace dos años no tengo noticias suyas

Granadino y residente en Suiza desde hace décadas, Miguel Ángel Gómez-Martínez (1949) cuenta con un impresionante currículo, labrado en los mejores teatros y auditorios internacionales. El que fuera durante siete años director titular de la Orquestra de València se reivindica en esta entrevista como “hombre del Sur”. Es el único superviviente de la primera generación de directores de orquesta españoles verdaderamente internacional, conformada por Frühbeck de Burgos, López Cobos, el valenciano García Navarro y él mismo. En esta entrevista se muestra tan vital, risueño, amable y categórico como siempre. Gómez- Martínez es de los que llaman al pan, pan, y al vino, vino. El viernes debuta en el foso del Palau de les Arts con El barberillo de Lavapiés, de Barbieri. “Una obra brillante, de gran calidad musical y llena de ingenio a raudales”.

- Retorna a València, pero no al Palau de la Música, sino al Palau de les Arts, para dirigir El barberillo de Lavapiés, de Barbieri. Aunque usted fue director musical del Teatro de la Zarzuela (1985-1991), su carrera lírica se ha desarrollado básicamente en el ámbito de la ópera, en teatros tan emblemáticos como los de Viena, Múnich, Londres, Milán, Buenos Aires, Nueva York o Berlín, además de, por supuesto, el Real de Madrid, el Liceu o el Maestranza. ¿No hubiera preferido debutar en el foso de Les Arts con un gran título del repertorio operístico?

- Existen zarzuelas de gran calidad, otras de menor calidad y otras de calidad bastante menos considerable. Sucede lo mismo con la ópera y lo mismo con la música sinfónica. Naturalmente que, siempre que mi calendario lo permita, estaré a disposición del Palau de les Arts para una producción de ópera del gran repertorio, pero “El barberillo de Lavapiés” es una obra que pertenece a ese grupo de zarzuelas que he nombrado en primer lugar. Es una obra brillante, de gran calidad musical y llena de ingenio a raudales. Creo que es también una buena obra para debutar en el foso de cualquier teatro. Por otra parte, son ya tantos los teatros en los que debuté alguna vez, que este nuevo debut lírico en mi país perfectamente puede ser así de particularmente “español”.

- ¿Si tuviera que elegir una ópera para volver al Palau de les Arts?

- Difícil decisión, son muchas las grandes óperas, pero podría pensar en Don Carlo, con la que debuté en la Ópera de Viena hace ya 45 años… Fidelio es otro título emblemático en mi carrera y en mis afectos; me ha acompañado siempre, desde que lo dirigí en la Deutsche Oper de Berlín en los inicios de mi carrera internacional, en octubre de 1973. Me fascina, cómo no, Tosca, La fanciulla del West, sensacionales como tantas otras óperas de Puccini. ¿Qué decir de La Gioconda de Ponchielli?, de todo Mozart, Verdi, Wagner…

-Hace pocos días, el tenor Ismael Jordi declaró: “Hay que dejar de creer que cantar zarzuela es bajar de nivel”. ¿Suscribiría que dirigir zarzuela es “bajar de nivel”?

- De ninguna manera. En acuerdo con este magnífico tenor que tantas veces he dirigido, considero bajar de nivel interpretar obras sin calidad musical. Las buenas zarzuelas pueden tener tanta o más calidad que algunas óperas del repertorio habitual. Y en cuanto a las dificultades técnicas para dirigirlas, son tantas o más que en algunos otros títulos líricos muy programados en teatros internacionales.

- Es la primera vez que dirige El barberillo de Lavapiés. ¿Cómo es la partitura, su escritura orquestal?

- Brillante. Está llena de giros populares, pero no utiliza melodías folclóricas ya concebidas, sino que recrea el ambiente popular con melodías propias en el estilo tradicional. Es algo parecido a lo que después hace Manuel de Falla, aunque este último con otros medios, otros procedimientos y otro tipo de maestría. La orquestación de El barberillo es muy hábil y original, y presta gran atención a las voces, que están tratadas con un cuidado muy especial.

El director conversa con algunos profesionales de Les Arts durante un ensayo. J. M. LÓPEZ

- Imagino que, fiel a sí mismo, la habrá despojado de las tradiciones y costumbres que se han incorporado con el paso del tiempo para constreñirse a lo estrictamente anotado por el compositor. ¿Algún bailarín me ha filtrado -casi quejado- que ha cambiado y ralentizado drásticamente los tiempos habituales?

- Es curioso, algunos artistas se fijan en las modificaciones que “les incomodan”. Es cierto: algún tempo, como la jota, que suele llevarse demasiado rápida, se escuchará algo más lenta de lo habitual, pero es que la jota tiene un tempo concreto, perfectamente plasmado en la partitura, que no debería modificarse, y las coreografías pueden adaptarse al tempo original, pero no al contrario. Sin embargo, ¿no se ha fijado nadie en que otros tempi suenan bastante más movidos de lo que es habitual escuchar? Pues también es así, por la misma razón. Realmente, con tantos motivos de danzas populares españolas, que van a una velocidad concreta, debería ser difícil no acertar con los tempi correctos. Es probable que algún colega no haya tenido la oportunidad de introducirse en este tipo de música y no haya podido “empaparse” de ella, por lo que ha modificado esos tempi originales, seguramente con su mejor intención. Así, las repeticiones posteriores alcanzan el rango de “costumbre”, siendo pocos los que se atreven a atender al autor dándole prioridad sobre la “costumbre”.

Por otra parte -permítame que me explaye- estoy acostumbrado a escuchar a los cantantes, los coros y las orquestas que interpretan zarzuelas tocar y cantar en un eterno fortissimo (cantantes) o mezzoforte (orquestas) que no cambia casi nunca, prescindiendo completamente de los acentos prescritos por el compositor, de los matices dinámicos originales… En fin, sin atender a esos detalles, tan importantes para el carácter general de la obra y para que el “todo” tenga su auténtico significado. Sobre esto también he tratado de hacer hincapié en esta interpretación, y creo que entre todos lo hemos conseguido.

- Usted ya dirigió la Orquesta de la Comunitat Valenciana en noviembre de 2018, con un concierto de temática española que incluyó las dos suites de El sombrero de tres picos y la Rapsodia española de Ravel. ¿Cómo la ha encontrado? ¿Es tan estupendísima como se dice?

- Sí que es una buena orquesta. Esto significa mucho, cuando estoy acostumbrado a trabajar con formaciones como la Filarmónica de Viena, Staatskapelle Dresden, Gewandhaus de Leipzig... y tantas otras de ese calibre. Por cierto, que al concertino de la Gewandhaus (Prof. Henryk Hochschild) lo propuse para esta producción, y tocará con nosotros este Barberillo con la maestría que le caracteriza. Los efectos de sonido que se alcanzan son de gran calidad. Conseguimos pianissimi que nunca son raquíticos a pesar de su baja intensidad en decibelios, de la misma manera los forte nunca son estridentes. Además, es una orquesta inteligente, que en ocasiones adivina mis intenciones antes de que tenga que explicarlas. Es cierto que mi gesto es muy claro y fácilmente comprensible para cualquier orquesta, pero la agilidad en la comprensión de mis peticiones, muchas de ellas no expresadas con palabras, ha sido muy significativa. Creo que nos hemos entendido bien desde el primer momento. Se trabaja muy a gusto con esta orquesta y se consiguen resultados de muy alta calidad.

El director Miguel Ángel Gómez-Martínez.

- A pesar de ser, junto con otros tres o cuatro directores, el maestro español de mayor proyección internacional, da la impresión de que su trabajo no es debidamente apreciado en su propio país...

- Francamente no estoy de acuerdo. Cada vez que dirijo un concierto o una ópera en España tengo un éxito extraordinario y me siento muy bien recibido por todos. ¿Que pueda haber algún “especialista” en la prensa que no esté de acuerdo con mi forma de dirigir? ¡Seguro!, nunca llueve a gusto de todos. Eso, además de carecer de importancia, es lo lógico. Tengo siempre presente lo que decía Hans Swarowsky, mi maestro, sobre los especialistas: “Son aquellos que se concentran en la mutilación de un solo compositor”. Yo prefiero que acontezca un éxito con 2.000 personas dentro de un teatro y que haya algunos que escriban en un periódico que lo he hecho horrorosamente mal, a que suceda lo contrario. De todos modos, creo que nadie puede valorar mejor el trabajo de un director de orquesta que quien “lo sufre”, que son precisamente los músicos de la orquesta, los cantantes y los coristas. Y le aseguro que allá donde voy siempre encuentro el aprecio de los artistas. ¿Qué mejor premio para un director de orquesta que ese reconocimiento?

- Desde su residencia suiza, en Morges, que le propicia una visión objetiva y distante, ¿cómo avista la eclosión musical –nuevas orquestas, auditorios, teatro de ópera...– experimentada en España en las últimas décadas?

- Hace ya bastantes años que noto una evolución muy positiva. También en lo concerniente a la enseñanza musical, paulatinamente ascendente en calidad y organización, con la equiparación universitaria de los Conservatorios Superiores, el acceso directo de los titulados superiores a los másteres universitarios, e incluso al doctorado específico en Música, hace no mucho impensable, y ejemplo magnífico de lo cual es la pionera iniciativa de la Universidad Politécnica de Madrid, de la que soy Doctor Honoris Causa, y con la que colaboré intensamente en apoyo a su Programa de Doctorado en Música. De hecho, estoy actualmente muy interesado en la enseñanza y promoción musical que impulso a través de la Fundación Internacional Gómez-Martínez, así como concretamente en la transmisión de la Técnica de Dirección de Orquesta que heredé de Swarowsky, y que he ido evolucionando sobre sus bases durante toda mi carrera, siendo mi esposa, la doctora Alessandra Ruiz-Zúñiga Macías, quien la ha plasmado a través de una profunda investigación en su libro En dirección a la obra, que plantea una metodología que considero fundamental, y que esperamos tener la oportunidad de presentar en Valencia cuando remitan estos “tiempos virulentos”. ¡Esperemos que sea pronto!

- Cuando se habla de Gómez-Martínez siempre se asocia su nombre a su prodigiosa memoria...

- Siempre he considerado que no es necesario dirigir de memoria para ser un buen director de orquesta. Si en mi caso tengo la suerte de dominar las obras de memoria cuando he terminado su análisis musical profundo, solo se trata de un don natural, (como quien tiene el pelo rojo o una vista agudísima), que me ayuda a poder observar mejor a los ejecutantes y ayudarles con más agilidad en los casos necesarios. Pero no lo considero un mérito especial, porque no me cuesta el menor esfuerzo.

- Tampoco parece usted desprenderse de su imagen de niño prodigio... Hay fotos en las que aparece dirigiendo la Banda Municipal de Granada con siete años y pantalón corto...

- Sí, fue muy divertido, pero al mismo tiempo muy profesional. Realicé ensayos, corregí defectos, incluso descubrí errores en la partitura. Pero se trató de una actuación única, a pesar de que hubo ofertas para repetirla por todo el mundo. No me convertí en el niño prodigio habitual, ya que no volví al escenario hasta estar muy bien instruido, finalizados mis estudios en Viena. Pero, por lo que se ve, no hay forma de quitarme de encima ese calificativo. Yo me siento y me he sentido siempre una persona absolutamente normal, con una profesión que considero maravillosa. He nacido con un talento determinado y he tratado de desarrollarlo al máximo, para servir de la manera más honesta y mejor posible a la pasión de mi vida, que es la música. Pero también tengo otras aficiones, como el fútbol, por ejemplo, por mencionar algo completamente contrapuesto a mi profesión.

El maestro durante un concierto sinfónico.

- Su llegada al podio de la Orquesta de València en 1997 supuso un cambio radical en la programación y forma de trabajo de la formación titular del Palau de la Música, que se centró en recuperar el repertorio clásico y primer romanticismo. ¿Qué recuerdo guarda de sus años de trabajo en València? ¿Qué relación mantiene con los actuales gestores del cerrado Palau de la Música? Sorprende que su nombre haya desaparecido de su programación…

- Guardo magníficos recuerdos de mi relación con la Orquestra de València. Fue un tiempo muy productivo para la orquesta. Juntos conseguimos éxitos internacionales que hasta entonces no se habían podido imaginar. Fueron determinantes nuestra intervención en el Festival Internacional de Schleswig-Holstein y nuestra gira de conciertos por Alemania. La calidad de la orquesta aumentó considerablemente, gracias a los esfuerzos de todos sus componentes y al trabajo en común que realizamos con el objetivo de elevar al máximo el prestigio y la valía de la agrupación. Con los actuales gestores no hay una relación muy estrecha. Desde que hace dos años dirigí la Sinfonía Alpina de Strauss no he recibido nuevas noticias. Ignoro si los problemas que me informan que está sufriendo el Palau de la Música puedan ser la causa.

- Su carrera se ha desarrollado indistintamente en los ámbitos operístico y sinfónico. ¿Dónde se siente más pez en el agua?

- Me siento igualmente bien en cualquiera de ambos ámbitos. Aunque son dos mundos diferentes, el objetivo final es el mismo: conseguir que la creación del compositor sea transmitida fielmente al público. Lo que sí está provocando mi rechazo cada vez más significativo a algunas producciones de ópera es la tendencia actual y mayoritaria a desvirtuar los argumentos de las óperas con cambios arbitrarios en su sentido, en la esencia de la obra, o colocaciones antinaturales de los cantantes en el escenario que entorpecen la transmisión acústica, o todo ello al mismo tiempo, por parte de la dirección de escena. Una tendencia con la que no solo estoy en absoluto desacuerdo, sino que pienso que aleja de los teatros al verdadero aficionado a la ópera, y sin embargo no consigue atraer a nuevos públicos más jóvenes, que habitualmente consideran a la ópera así escenificada como un absurdo. Y en parte no les falta razón.

- Como Mahler, Bernstein o Salonen, alterna su carrera de director con la de compositor, ámbito en el que cuenta con un considerable catálogo, que abarca obras como Sinfonía del Descubrimiento (1992), Cinco canciones sobre poemas de Alonso Gamo (1996),​ Sinfonía del agua (2007), la ópera​ Atallah (2010) o Cartas de un enamorado, para barítono y orquesta, que escribe en 2012 y dedica a su esposa Alessandra. ¿En qué trabaja en la actualidad?​ ¿Llegará un momento en el que el compositor se imponga sobre el director?

- Mi principal actividad es la de director de orquesta. Y así seguirá siendo. Componer es, sin embargo, lo más excelso, ya que es la única actividad musical que, por definición, es una auténtica creación. Crear consiste en realizar algo partiendo de la nada, y justamente eso es en lo que consiste componer: desde donde solo existe un papel pautado, es decir, la nada, crear una obra musical. Las demás actividades musicales reproducen lo que el compositor ha creado, y son tanto más creativas cuanto más se aproximen a la idea original del compositor que, si es genial, no necesita ninguna corrección del intérprete, y si no lo es: no la merece.

- Hombre del Sur, su vida transcurre en el Norte. Fue primer director musical y artístico de la nueva Ópera de Helsinki entre 1993 y 1996, director de la Sinfónica de Hamburgo (1992-2000) y reside en Suiza. ¿No siente nostalgia del Sur? ¿Echa de menos la vista de Sierra Nevada?

- Soy y me siento del Sur, pero no por echar de menos las montañas. Desde mi casa de Suiza tengo una vista directa, a través del lago, al magnífico Mont Blanc. Añoro más el mar, por lo que, entre otras causas muy personales, viajo mucho al Sur de España.

- Con lo mucho que ha vivido, visto, oído y hecho, ¿no se ha planteado escribir sus memorias?

- Precisamente en ello estoy, por encargo de una editorial del ámbito musical. Estoy recordando hasta lo que a mí mismo me sorprende, pero sobre todo fijando muchísimas anécdotas y experiencias compartidas con enormes artistas que he tenido el privilegio de conocer y dirigir, de grandes maestros, de lo aprendido de los grandes compositores de la historia…de esta forma, mi vida no es mía, sino una vida sobre hombros de gigantes.

Levante. El Mercantil Valenciano. Justo Romero.